Definimos mantenimiento como
cualquier tipo de actividad necesaria
para mantener o reparar cualquier elemento que forma parte de un sistema, de modo
que este pueda cumplir la misión que le corresponden dentro de su cadena
funcional. Existen muchos
tipos de mantenimiento, desde el preventivo que básicamente tiene por misión
evitar la aparición de fallos o defectos antes de que estos aparezcan, evitando
perjuicios o cortes de servicio, hasta
el mantenimiento correctivo, que se efectúa para subsanar los fallos o averías
una vez que ya se hayan producido. El mantenimiento es, casi por
definición, una actividad cara, y lo es por varios motivos. En
el caso del mantenimiento correctivo,
al coste de la propia reparación del sistema, hay que sumar el coste que supone
la paralización del sistema durante el tiempo que permanece averiado. Además hay que tener en cuenta el efecto que
sobre los clientes tiene el hecho de estar sin servicio durante el tiempo en
que dure la avería, y el deterioro de la percepción en la calidad del servicio
del operador. El mantenimiento preventivo trata de evitar estas dos últimas
consecuencias y consiste en revisiones
periódicas sobre los elementos de la infraestructura, efectuando las
reparaciones o sustituciones necesarias antes de que el sistema falle y se
produzca el problema. La
percepción de nuestros clientes sobre la calidad del servicio que se les
ofrece, mejora sustancialmente en este segundo caso, suponiendo un plus
diferenciador sobre la competencia en términos comerciales.
El mantenimiento, en lenguaje económico,
es una actividad “maldita” por contables y economistas, puesto que supone un
gasto que en principio no conlleva ningún retorno: en otras palabras, una mala
inversión. Este pensamiento supone
un gran error, puesto que a medio y largo plazo un mantenimiento deficiente o
inexistente, es una desventaja comercial que se traduce en una pérdida de
ingresos que afectan directamente a los balances económicos de las empresas. La pérdida de confianza de los
clientes en su operador si no realiza un mantenimiento correcto de sus
instalaciones supone abrir un ancho camino para que los competidores le roben
clientes.
En los últimos tiempos estamos
asistiendo a un fenómeno que va más allá de un mal mantenimiento y que podríamos
definir como sobreexplotación.
Como ejemplo podríamos poner el
del conductor que decide ahorrar en el mantenimiento de su vehículo y deja de
hacer las revisiones y cambios de aceite periódicos. Económicamente, a corto plazo, supone un ahorro económico importante,
pero a medio plazo se enfrentará a la necesidad de comprar un coche nuevo,
porque el suyo de le habrá quemado, eso si antes no le han fallado los frenos y
ha tenido un accidente con víctimas.